martes, 21 de mayo de 2013

PENTECOSTÉS

COMPARTIMO EN ESTA CELEBRACIÓN LAS PALABRAS DE NUESTRO ASESOR ESPIRITUAL

El Espíritu Santo abre la memoria, y nos regala reconocer el paso de Dios por nuestras vidas. Palpar su obra de amor, gustar sus dones, frutos y carismas, registrar su gracia, y afirmarnos en Cristo. Tocarlo en la fe, y proclamarlo como único Señor y Salvador de los hombres.

“El les recordará todo lo que yo les he enseñado”, les dice Jesús a los apóstoles en la última Cena.
Y se los dice preparándolos para Pentecostés.
“Les recordará todo”, y los pacificará, los reconciliará, los enviará. Porque la obra del Espíritu es tomar lo de Cristo y derramarlo sobre su Iglesia, sobre cada uno de nosotros. Darlo actualizándolo. Donarlo como novedad. Como gracia eficaz en el curso de la historia.  Como ruah, como aliento vivificante, como íntimo y dulce huésped del alma.
¿Conocen esta dulzura?
¿Conocen a Dios Espíritu Santo como suave influjo interior, transformador, lleno de Vida, hacedor de cambios, despejador de ruinas, barredor hermoso y silencioso en su divino purificar?

Así como Cristo entró en el Cenáculo estando cerradas las puertas del lugar, así se introduce el Espíritu Santo en las almas, para bordar sueños de fe, bendecir, misericordiar, y alentar los fuegos del anuncio salvador.
Dios Espíritu Santo llega para renovar…

En nuestro tiempo se suele llamar nuevo a lo novedoso. A aquello que llega impactando, sacudiendo, estresando, pero que no dura, ni trae vida, ni construye en la Verdad, ni tiene fuerza de permanencia.
El mundo llama nuevo a lo novedoso, ruidoso, e impermanente. Lo que no soportará la prueba del tiempo. Lo que acaba en mera moda.
Nuestro Dios Espíritu Santo, en cambio, no agita, aunque mueve. No grita aunque anuncia. No gusta del ruido aunque promueve alabanzas. No llama fuerza a lo que se impone, aunque gobierna soberanamente infundiendo salud, sabiduría, santidad, y vida eterna en las almas.

El Espíritu Santo tanto nos mueve suavemente hacia el interior, como nos envía hacia el encuentro con los otros.
Es como la respiración del alma del cristiano. Soplo viviente. Aliento de Vida sobrenatural. Inspiración y exhalación del hálito de fe. Luz. Gloria íntima del que espera en Cristo. Fuerza amorosa que con sus dones, frutos y carismas hace presente la santidad de Dios en medio del fragor de este mundo, y entre las escorias del pecado.

En Pentecostés, ¡Cristo nos regala su Espíritu!
Para que ya no vivamos para nosotros mismos. Para que no quedemos atrapados en la telaraña de los asuntos mundanos, ni malgastemos el tiempo existiendo ajenos a nuestras máximas posibilidades, como de espaldas al don que viene de lo alto, entretenidos con migajas que no alimentan el corazón, llamado a saciarse solo en Dios.

En Pentecostés, una campana mayor con su badajo de grave sonido parece invitarnos en el alma a buscar lo sagrado, a encaminarnos a las fuentes de la Vida santa, aquellas de las que Jesús le hablara a la samaritana: “El que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed”.
Pero también llaman en el alma las campanas menores con sus arpegios, y nos dicen que el Espíritu Santo quiere encontrarnos orantes y dispuestos, para recibir sabiduría, entendimiento, ciencia divina, consejo, fortaleza, piedad y santo temor de Dios.
Y aún queda una última campana, con voz de ángel, que nos pide que salgamos, y llevamos estas maravillas a los que se hunden en la oscuridad o se ahogan en las fuentes tóxicas de la moda o la degradación humana.
Es este el sonido de la campana de la compasión.
Anunciar que Cristo quiere dar a todos el germen de la Vida eterna.
El quiere anticipar la gloria en nosotros, con las primicias de su Espíritu.

La Sagrada Escritura nos alienta:
“El que tenga sed que se acerque, y venga el que quiera recibir gratis las aguas de la vida”.



                                       Padre Gustavo Seivane




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