miércoles, 10 de abril de 2013

Reflexión Pascual del Padre Gustavo


Creer sin haber visto. Creer. Creerle a aquellos formidables testigos, a los magníficos mártires, a las desvalidas mujeres, a los encendidos predicadores, a los santos locos, a los sabios que propagaron como un regadero de luz la Vida nueva, y la sembraron con limpieza de alma, aborreciendo la oscuridad del mundo, portando una sabiduría insuperable, un evangelio esperanzador, una Buena Noticia que vino a levantar un edificio espiritual cobijador de pueblos y razas, elevando así la vida de los hombres, sanando las costumbres, generando arte, alabanza, doctrina; adorando y dando Gloria a Dios, por Jesús, el que vive, el que resucitó de entre los muertos.

¡Ha Resucitado Jesús!
¡Creemos!
Un fino velo se extiende entre este mundo y el venidero. Un velo que se rasgará.
“Nuestros ojos contemplarán al Señor en su belleza”, dice Isaías, el profeta.
Y el salmista canta con formidable impulso: “Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.
Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”.

La muerte no retuvo a Jesús.
La muerte murió a manos de su amor.
Dios lo hizo. Jesús no fue entonces un mero hombre bueno y un gran taumaturgo, sino el divino Salvador.
Lo revela su Resurrección. Lo testimonian los apóstoles y las mujeres. Lo confirman los santos, lo celebran los cristianos de todos los tiempos. Lo canta la Iglesia, su Esposa, “en cuyo regazo hemos aprendido cuanto sabemos, y hemos de aprender cuanto podamos saber”, según la sabia apreciación de Paul Claudel.

Se abrió la Vida para los mortales…
Estaba cerrada la fosa. No había más que sepulcros como horizonte. No más que la última corrupción para cada uno de nosotros.
Cristo abrió lo que estaba sellado. Soltó los lazos, cortó las garras, quebró las cadenas de la muerte.
Cristo resucitando abrió la Vida del Creador para las criaturas humanas.
Creer en él es participar ya de esa Vida. No en una mera vida alargada, sino en una Vida totalmente nueva, Vida en Dios, Vida en la plenitud poderosa y amante de la Santísima Trinidad, Vida sin muerte, ni defecto, Vida en la comunión sublime con el vencedor Jesús, Vida en su banquete de conocimiento, conversación, y gozo, repartido en una sinfonía perfecta coronada de ángeles y santos, Vida junto a María, la dulce Madre del Rey, la Señora de la Misericordia.

Morir será iniciar una metamorfosis. Será acceder a lo divino para siempre, al exceso santo, a la Gloria superadora de todo lo que se puede pensar o imaginar.
Y Cristo lo hizo.
Por vos murió. Murió por mí. Y resucitó queriendo darnos la Vida, cuya felicidad exige una preparación, una gestación, una disposición, donde la gracia, desde ahora sea acogida, y así nos vaya constituyendo, y haciéndonos capaces de resistir el embate del Señor, de su Juicio, de su Poder santo, de su Sagrada presencia, de su tremenda Gloria, de su fascinante mirada, de sus ojos de fuego, de su abrazo, que es el de aquel que nos amó primero.

Cristo rompió los límites. Todo le está sometido. Tiempo y espacio no le afectan. Abrió el infinito y lo inmenso para los que creen y viven en él. Para quienes aceptan su invitación a seguirlo, a cargar la cruz, y testimoniarlo vivo hasta el final.
Saltaremos el abismo de la muerte con el soplo de su Espíritu…

“Les mostró sus manos y su costado”, nos dice Juan.
Y al reconocerlo, mientras recibían el saludo de la paz, rebosaban de alegría.
Así nos muestra el Señor cómo los dolores, fracasos, y heridas de nuestras breves existencias, serán sublimadas en la Gloria, y formarán parte de nuestra identidad, de nuestro ser personal, único e irrepetible.
Y cómo nuestras marcas nos aumentarán la felicidad, por haber sido compañeras de las de Cristo.
Todo dolor ahora tiene sentido. Toda herida será luz de Vida. Todo sufrimiento vivido en Cristo será como la música de la Resurrección.

¡Felices los que creen sin haber visto!, dice el Señor.
No necesitamos poner el dedo en sus manos, ni la mano en su costado. ¡Creemos!
Ahora mismo, ya no atravesará las puertas cerradas de aquel cenáculo, sino todo nuestro ser.
Al comulgar no dejemos de alabarlo por su poder, y de darle gracias por su amor. Amén.



                                    Padre Gustavo Seivane


Saludo desde Cataluña


Os deseo unas muy buenas días de Pascua y espero que San Francisco cumpla con Francisco I.
 
Creo me informaron que ibais a Sitges? En Sitges os espero.
 
Ignasi Carbonell
 


viernes, 5 de abril de 2013

Comunicado de la Comisión Ejecutiva ante las inundaciones

Comunicado de la Comisión Ejecutiva
 
Ante las recientes inundaciones que afectaron a la Ciudad de La Plata, la Ciudad de Buenos Aires y distintas zonas del conurbano bonaerense, los obispos miembros de la Conferencia Episcopal Argentina, hacen llegar su cercanía y consuelo a los damnificados, como así también su oración por las víctimas y sus familiares en este momento de tanto dolor.
 
Al mismo tiempo alentamos todas las iniciativas solidarias que han surgido desde el seno de las comunidades eclesiales, como así también desde distintas organizaciones, y de nuestro pueblo en general, a fin de colaborar en esta emergencia que afecta a tantas familias.
 
Buenos Aires, 5 de abril de 2013
 
Comisión Ejecutiva
Conferencia Episcopal Argentina

NAVEGAR JUNTOS

Los queremos invitar a participar en Internet del Movimiento Pesebrista