¡Felices de compartir la fe!
Acompañando la Jornada del 28, orando al Señor que nos ama, bendigo a todos los pesebristas.
Paz a sus corazones.
Les comparto el sermón del comienzo de adviento.
Padre Gustavo Seivane
Queridos pesebristas:
A las puertas de la Navidad los invitamos a participar acompañándonos junto con sus familias y amigos en este día donde todos los que pertenecemos a la Hermandad del Santo Pesebre nos haremos presente para dar testimonio de nuestra elección por este movimiento y nuestro compromiso cristiano como agentes evangelizadores del Misterio de la Encarnación y la misión de sembrar en el corazón de los niños la importancia de celebrar la llegada de Nuestro Salvador.
Los esperamos para poder reencontrarnos luego de un año plagado de acontecimientos que atentan contra la paz social y especialmente centrarnos en vivir en familia la alegría que nos regala el Niño Jesús cada año para volver a renovar la esperanza del hombre.
¡GLORIA Y PAZ!
Comisión Directiva de la Hermandad del Santo Pesebre.
Iniciamos
un nuevo año litúrgico. Y todo comienzo renueva expectativas, anhelos,
horizontes.
Es el
tiempo una oportunidad. La regalada oportunidad para una maduración. Para el
crecimiento de las virtudes, para adecuar la inteligencia a la Verdad, revelada
plenamente en Jesucristo, para llegar a amar como él nos amó.
El año
litúrgico se inicia con el tiempo de adviento. Un tiempo que se desliza en la
esperanza.
La tensión
entre la primera venida del Señor, la venida histórica, y la segunda venida al
final de los tiempos, nos sumerge en una espiritualidad, en una perspectiva
escatológica, en un vivir y movernos, en
un andar y tender y desear esperanzados.
Tanto el
corazón dice en la fe “Maranatha”, “Ven Señor Jesús”, como espera “los cielos y
la tierra nueva”; tanto reza la Iglesia: “venga a nosotros tu Reino”, como
suspira por el cumplimiento de la promesa de su Salvador: “Yo iré a prepararles
un lugar, y cuando haya ido y les haya preparado un lugar volveré para
llevarlos conmigo”.
Los
renacidos en Cristo no masticamos utopías. No nos movemos hacia metas que nunca
se alcanzarán, ni damos pasos en un devenir que jamás llegaría a ningún
cumplimiento. No elegimos ser un engranaje en una máquina, ni
despersonalizarnos en una disolución, en
una nada activa y efectiva, no esperamos perdernos en un todo inmanente, sea
este pseudoreligioso o ideológico. No nos agitamos en el devenir por el
devenir. Nos movemos hacia una plenitud. La esperanza es para nosotros un
medio, no un fin.
Revestidos
de Cristo esperamos reinar con él. Conservando nuestra personalidad. Purificada
y glorificada por el amor y los mértios de Jesús.
Esperamos
ver a Dios. Y por su bondad poseerlo.
Menos
flores, suave canto, moderación y sobriedad, el color morado dominando. Aire
penitencial. Atmósfera de conversión, porque viene el Señor a cerrar la
historia y a dar cada uno segun sus obras. Y porque le adoramos en memoria de
su Nacimiento, admitiendo nuestra poquedad en respuetsa a tan sublime amor.
Querrá Dios
en su misericordia encaminar en la oración a algunos, y adornarlos con
virtudes, clarificando el entendimiento, aquietando el alma y el cuerpo,
favoreciendo el recogimiento al comulgar.
Querrá Dios
que algún joven encuentre un maestro espiritual que le ayude a abrir “las
profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego”, como escribió San
Juan de la Cruz.
Y habrá
quien descubra en el adviento una sabiduría sabrosa en Cristo. Una sabiduría
que surgiendo de la experiencia de las cosas divinas, y por vía del amor,
centre en Cristo para siempre.
Una
sabiduría a la espera de la visión “cara a cara”, visión por la que lo
contemplaremos todo en el Pensamiento del Padre.
Dios, el
Padre de las luces, como lo llama el apóstol Santiago, en su misericordia,
estará otorgando las gracias que nos curen de nuestros males, y que nos
fortalezcan en el bien, y nos perfeccionen para la gloria.
“El Milagro
es simple como la substancia”, decía León Bloy.
Y muchos
advertirán la maravilla de ser pudiendo no haber sido. Y algunos se internarán
en lo Absoluto. Y habrá quien se haga ofrenda agradable a Dios. Y quien escriba
poemas tan bellos como los de Verlaine o Fijman, y se anime a desagraviar a
Cristo, porque esto es justo y lo ama.
En los
tiempos fuertes Dios concede gracias especiales.
Un héroe
nace en un acto de caridad perfecto. Quizás alguien quiera firmar y afirmarse
en Cristo, como lo hiciera la reina Isabel de Castilla, la cuál aceptaba con
santo orgullo el apodo de “La Católica”.
Será,
entonces, este, un tiempo de gracia que queremos aprovechar, para renovar
nuestra vida espiritual en vistas de la siempre inminente
llegada de
Cristo. Vigilancia del amigo fiel. Estado de centinela del que ama y vela.
A la vez,
nos dispondremos a celebrar el Nacimiento de Cristo, adentrándonos en el
Misterio de la encarnación con todas sus felices consecuencias salvíficas.
La corona
de Adviento nos ayudará en este sentido, como signo se irá iluminando domingo
tras domingo, señalándonos que nos acercamos a la Luz de Luz, al que nace para
liberarnos de las tinieblas.
La corona
vendrá a ser como la estrella que guió a los magos y se detuvo en el portal
bendito, donde Jesucristo vino al mundo, para que los hombres suban a Dios.
Amén.
Padre Gustavo
Seivane
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