viernes, 27 de noviembre de 2015

Reflexion del Padre Gustavo

¡Felices de compartir la fe!
Acompañando la Jornada del 28, orando al Señor que nos ama, bendigo a todos los pesebristas.
Paz a sus corazones.

Les comparto el sermón del comienzo de adviento.



                              Padre Gustavo Seivane


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Queridos pesebristas:
A las puertas de la Navidad los invitamos a participar acompañándonos junto con sus familias y  amigos en este día donde todos los que pertenecemos a la Hermandad del Santo Pesebre nos haremos presente para dar testimonio de nuestra elección por este movimiento y nuestro compromiso cristiano como agentes evangelizadores del Misterio de la Encarnación y la misión de sembrar en el corazón de los niños la importancia de celebrar la llegada de Nuestro Salvador.
Los esperamos para poder reencontrarnos luego de un año plagado de acontecimientos que atentan contra la paz social y especialmente centrarnos en vivir en familia la alegría que nos regala el Niño Jesús cada año para volver a renovar la esperanza  del hombre. 
¡GLORIA Y PAZ! 
Comisión Directiva de la Hermandad del Santo Pesebre.

Iniciamos un nuevo año litúrgico. Y todo comienzo renueva expectativas, anhelos, horizontes.
Es el tiempo una oportunidad. La regalada oportunidad para una maduración. Para el crecimiento de las virtudes, para adecuar la inteligencia a la Verdad, revelada plenamente en Jesucristo, para llegar a amar como él nos amó.
El año litúrgico se inicia con el tiempo de adviento. Un tiempo que se desliza en la esperanza.
La tensión entre la primera venida del Señor, la venida histórica, y la segunda venida al final de los tiempos, nos sumerge en una espiritualidad, en una perspectiva escatológica, en un vivir y  movernos, en un andar y tender y desear esperanzados.
Tanto el corazón dice en la fe “Maranatha”, “Ven Señor Jesús”, como espera “los cielos y la tierra nueva”; tanto reza la Iglesia: “venga a nosotros tu Reino”, como suspira por el cumplimiento de la promesa de su Salvador: “Yo iré a prepararles un lugar, y cuando haya ido y les haya preparado un lugar volveré para llevarlos conmigo”.

Los renacidos en Cristo no masticamos utopías. No nos movemos hacia metas que nunca se alcanzarán, ni damos pasos en un devenir que jamás llegaría a ningún cumplimiento. No elegimos ser un engranaje en una máquina, ni despersonalizarnos  en una disolución, en una nada activa y efectiva, no esperamos perdernos en un todo inmanente, sea este pseudoreligioso o ideológico. No nos agitamos en el devenir por el devenir. Nos movemos hacia una plenitud. La esperanza es para nosotros un medio, no un fin.
Revestidos de Cristo esperamos reinar con él. Conservando nuestra personalidad. Purificada y glorificada por el amor y los mértios de Jesús.
Esperamos ver a Dios. Y por su bondad poseerlo.

Menos flores, suave canto, moderación y sobriedad, el color morado dominando. Aire penitencial. Atmósfera de conversión, porque viene el Señor a cerrar la historia y a dar cada uno segun sus obras. Y porque le adoramos en memoria de su Nacimiento, admitiendo nuestra poquedad en respuetsa a tan sublime amor.

Querrá Dios en su misericordia encaminar en la oración a algunos, y adornarlos con virtudes, clarificando el entendimiento, aquietando el alma y el cuerpo, favoreciendo el recogimiento al comulgar.
Querrá Dios que algún joven encuentre un maestro espiritual que le ayude a abrir “las profundas cavernas del sentido, que estaba oscuro y ciego”, como escribió San Juan de la Cruz.
Y habrá quien descubra en el adviento una sabiduría sabrosa en Cristo. Una sabiduría que surgiendo de la experiencia de las cosas divinas, y por vía del amor, centre en Cristo para siempre.
Una sabiduría a la espera de la visión “cara a cara”, visión por la que lo contemplaremos todo en el Pensamiento del Padre.
Dios, el Padre de las luces, como lo llama el apóstol Santiago, en su misericordia, estará otorgando las gracias que nos curen de nuestros males, y que nos fortalezcan en el bien, y nos perfeccionen para la gloria.

“El Milagro es simple como la substancia”, decía León Bloy.
Y muchos advertirán la maravilla de ser pudiendo no haber sido. Y algunos se internarán en lo Absoluto. Y habrá quien se haga ofrenda agradable a Dios. Y quien escriba poemas tan bellos como los de Verlaine o Fijman, y se anime a desagraviar a Cristo, porque esto es justo y lo ama.
En los tiempos fuertes Dios concede gracias especiales.
Un héroe nace en un acto de caridad perfecto. Quizás alguien quiera firmar y afirmarse en Cristo, como lo hiciera la reina Isabel de Castilla, la cuál aceptaba con santo orgullo el apodo de “La Católica”.

Será, entonces, este, un tiempo de gracia que queremos aprovechar, para renovar nuestra vida espiritual en vistas de la siempre inminente
llegada de Cristo. Vigilancia del amigo fiel. Estado de centinela del que ama y vela.
A la vez, nos dispondremos a celebrar el Nacimiento de Cristo, adentrándonos en el Misterio de la encarnación con todas sus felices consecuencias salvíficas.
La corona de Adviento nos ayudará en este sentido, como signo se irá iluminando domingo tras domingo, señalándonos que nos acercamos a la Luz de Luz, al que nace para liberarnos de las tinieblas.
La corona vendrá a ser como la estrella que guió a los magos y se detuvo en el portal bendito, donde Jesucristo vino al mundo, para que los hombres suban a Dios. Amén.




                               Padre Gustavo Seivane 





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