domingo, 2 de noviembre de 2014

Rv: REUNIÓN MENSUAL próximo lunes 3 de nov. las 17 hs.

Queridos pesebristas celebramos hoy el Día de Todos los Santos.
El Padre Gustavo Seivane, nuestro asesor espiritual nos acerca una reflexión. 
GLORIA Y PAZ.  Mónica.


 Los bendigo, y acompaño.
Esta vez, no puedo asistir.

Paz a los corazones pesebristas.



                  Padre Gustavo Seivane

   Comparto el sermón de Todos los Santos.

Hacemos fiesta.
Como creyentes y católicos: celebramos.
Lo celebrado expande un gozo que le es extraño al mundo. Nos alegramos en la fe.
Festejamos y celebramos la Vida nueva que Cristo nos ganó.
Su Triunfo de Amor, y al Amor como Triunfo. Celebramos la Salvación , el espléndido permanecer de Cristo con nosotros, su Perdón, la Verdad revelada que nos hace libres, y la esperanza, la firme esperanza de la eternidad como herencia.

En este banquete de Vida, en esta asamblea de fe, Cristo procura santificarnos.
La Misa es la fiesta de la santidad. La Santidad de Dios, y, por su gracia, la de sus elegidos: María en primerísimo y eminente lugar, y la de los ángeles y los santos.
El Cielo goza en cada Misa.
El Cielo alaba y adora con nosotros al Cordero sacrificado por amor, al Cristo que nos ganó tan alta Vida.
El Santísimo Jesucristo, “ante quien toda rodilla se dobla en el Cielo y en la tierra”, el mismo de la Cruz , el mismísimo que se dejo ver por la Magdalena en la mañana de la Resurrección , el Señor de todos los mundos, se abaja, se acerca, se revela, y nos busca en cada celebración
Él quiere asimilarnos a su Vida.
El nos viene a dar su Espíritu para hacernos “irreprochables ante él por el amor”.
Esta es la fiesta.
Es fiesta andar con “las primicias del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos”.

Pero, hoy, celebrando el Sacrificio de Cristo, su Pascua, lo hacemos enfocando a todos aquellos que ya han alcanzado la plenitud. Los benditos que ya no penan. Los que se gozan largamente. Los que se ríen, y se sacian en el conocimiento y en el amor de Dios. Los que gustan los sabores sin término del Espíritu sin medida, los que adoran a Cristo y agradecen sus llagas, los que aman sin interrupción, los que oyen los coros angélicos y la sinfonía de gloria más sublime, los siempre mansos, los justos, los que ven el rostro de María, los que se saben rescatados para siempre por Cristo.

Hoy celebramos la memoria de todos los santos.
Es decir, celebramos el futuro, el Cielo que contemplamos en la fe, y anhelamos en la esperanza.
Celebramos a la inmensa muchedumbre de bienaventurados que ya ha llegado a la meta, que ya participa de ese otro mundo inmenso y feliz, y en el que viven en Dios no sólo los justos canonizados, sino todos los purificados que acabaron ya su purgación.
Mundo que rebasa lo imaginable, y al que se pasa por la puerta estrecha, “tan estrecha, dice el Padre Castellani, que dejamos el cuerpo de este lado, pero como una semilla de resurrección”.
“Ni el ojo vió, ni el oído oyó, ni corazón de hombre pudo soñar lo que Dios tiene preparado a los que lo sirven”, dice San Pablo.

Porque los santos ya no pueden dejar de serlo. Porque la Santidad de Dios se les ha participado para siempre. Porque Aquel que es el único Santo, Dios, quiso compartir su misma Vida Santa, Vida trascendente, Vida separada, distinta, y Sobrenatural, con sus elegidos, sus hijos… por todo esto, hoy debemos alegrarnos.

El cristiano, siendo una nueva criatura, un revestido de Cristo, lleva esa santidad recibida como don en el bautismo, y siente que le llama y le empuja a vivir coherentemente con ese don.
Que amor con amor se paga…
La santidad tiene su lenguaje. Las obras de los santos hablan en el Espíritu de la Verdad. Muestran a Cristo. Glorifican al Dios vivo.
¿En qué se demora aquel que no espera ver a Dios?
¿Qué rutas de nuestra cultura conducen a un reino que no ofrezca más que la muerte?
¿Qué idolatría no acabará disuelta en frustración y llanto?

En este día celebramos el futuro gozoso de la humanidad redimida por Cristo.
Los que ya llegaron anhelan nuestra llegada.
Los que aún peregrinamos anhelamos el encuentro. Amén.
  

                                        Padre Gustavo Seivane



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